Respecto al tema del aborto es difícil que haya una opinión formada, libre de dudas o ambigüedades. Personalmente, a la certeza de que no puede manejarse como un acto unilateral, sin ninguna contemplación por los derechos del nonato, se le suma la de que tampoco debe verse su restricción como una sacrosanta realidad que nadie podría, bajo ninguna circunstancia, alterar.
Entre las muchas situaciones intermedias que, a mi juicio, justifican el aborto está la de que lo pueda decidir una mujer embarazada por haber sufrido una violación sexual. Ése es el sentido de la iniciativa que en estos días busca que el Congreso discuta las modificaciones legales que permitan a las mujeres acudir a cualquier clínica u hospital a practicarlo.
El brillante médico libertario y antipsiquiatra Thomas Szasz –fallecido el año pasado– expuso la situación en su límite moral con la siguiente situación hipotética: imagínese que usted camina por la calle y de pronto es raptado. No recuerda nada más que eso. Ha sido dopado. Y cuando despierta descubre que está conectado mediante una cánula venosa a otra persona, acostada en una cama contigua. Usted está atado de pies y manos y cuando recupera cabalmente la consciencia se acerca un enfermero y le indica que no va a poder ser desconectado porque si eso ocurriera la otra persona moriría de inmediato. Usted, obviamente, no ha elegido esta situación. ¿Debe sentirse moralmente obligado a considerar la vida del otro como un bien supremo, por encima de su libertad de decisión? Queda claro que no.
Pues lo mismo le ocurre a una mujer cuando es violada y embarazada, y el Estado le prohíbe que suspenda la vida de esa persona que lleva dentro contra su voluntad.
Es una vida, por más embrión o cigoto que la ciencia médica le llame, señalan los opositores al aborto. Y, bueno, claro que sí, pero ¿acaso eso basta para zanjar la discusión?
No caigamos en la trampa argumental de tratar de determinar si luego de cierto número de semanas estamos ante un ser humano o no. Aún si se acepta de que ya es un individuo, por más precaria que sea su existencia, eso no nos lleva a creer que tiene derecho a crecer a costa de la libertad de la depositaria. En el símil de Szasz, nadie puede obligar a la persona secuestrada a no desenchufarse para que la otra viva.
Lo curioso, en todo caso, es que aquellos que se embanderan de moralidad principista y se oponen al aborto porque se dicen defensores a ultranza de la vida, son los mismos que avalan conflictos militares o proponen la pena de muerte a la primera de bastos.
Pero de la inconsistencia moral de los sectores ultraconservadores habrá ocasión de hablar en otra oportunidad. Lo cierto es que no hay sociedad en la historia que no haya considerado a la vida como un valor relativo. En casos extremos se acepta su sacrificio. Y no nos cabe duda alguna de que un embarazo resultante de una violación sexual califica largamente como una situación límite.
Por lo demás, la discusión desatada ha puesto de relieve que detrás de los antiaborto en verdad hay toda una estrategia cultural destinada a contener y encerrar moralmente a las mujeres. Al final, la mayoría de argumentos esgrimidos apunta a ello. La sexualidad femenina espanta a los ultras. Y se pretende utilizar el embarazo –quizás la experiencia natural más maravillosa de la humanidad– como una suerte de advertencia para refrenar la sexualidad. De allí el sacrilegio del aborto. No es la vida la que defienden los voceros católicos fundamentalistas. In extremis, se oponen al aborto porque creen que el embarazo debe ser una suerte de consecuencia/castigo para que las mujeres se contengan sexualmente. Y ceder, aunque sea en una situación extrema como la que da pie a este comentario, les hace temer que sea el primer paso a la liberación total. Por eso no entran en razones.
Aunque se discrepe en algunos matices o alcances, nos parece que las mujeres que luchan por la libertad de abortar lo hacen principalmente, porque allí, como en muchos otros ámbitos de la vida, se proponen alcanzar una libertad plena respecto del opresivo statu quo. Y en el caso del aborto por violación se juega doblemente esa búsqueda de libertad.
Fuente: Revista Velaverde